La palabra “procrastinar” proviene del latín, del adverbio “pro” que significa “adelante” y de la terminación “crastinus” traducido como “referente o perteneciente al futuro”.
Procrastinar es un hábito que consiste en aplazar intencional y habitualmente tareas que se tiene la intención de realizar. Es decir, la postergación no viene impuesta desde fuera, sino que la misma persona decide no realizar alguna acción aun sabiendo que esto no le ayudará en el futuro.
Todas las personas hemos procrastinado alguna vez… entonces, ¿es realmente un problema? La respuesta depende del grado en el que nos interfiere en nuestro día a día, es decir, la procrastinación debe valorarse dentro de un continuo de intensidad variable dónde a mayor intensidad y frecuencia, más interferencia y problemas nos puede generar.
El miedo al fracaso, al éxito y su mantenimiento o la búsqueda de la perfección, son algunos de los factores que pueden hacernos recurrir a esta estrategia desadaptativa. Por lo tanto, reducir la procrastinación significa salir de la “zona de confort” y atrevernos a enfrentarnos a nuestros miedos. Para poder hacerlo, se trabaja la regulación emocional, con el fin de identificar, asumir y gestionar aquellas emociones que nos generan malestar (como la culpa, la tristeza o la frustración).
En numerosos estudios se ha demostrado que la terapia cognitiva conductual ha sido la más efectiva para tratar la procrastinación, con técnicas como la planificación diaria, el establecimiento de metas realistas, el entrenamiento en resolución de problemas y el mindfulness.
Referencias:
Domínguez-Cagnon, H. y Farré, J. M. (2018) ¡Lo haré mañana! Cómo dejar de Procrastinar. Siglantana.
Van Eerde, W., & Klingsieck, K. B. (2018). Overcoming procrastination? A meta-analysis of intervention studies. Educational Research Review, 25, 73-85. https://doi.org/10.1016/j.edurev.2018.09.002